Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

viernes, 29 de marzo de 2019

Universos para-lelos, capítulo 2


Cerró la puerta muy despacio tratando de amortiguar el ruido. Desgraciadamente no tuvo éxito. Una voz salió de la puerta a su izquierda, era la cocina y su madre no esperó ni a verlo para preguntarle por el resultado del trabajo de historia. Del cuarto del fondo llegó un ruido al arrastrar una silla. Lo siguiente que vio fue a un hombre de mediana edad, calvo y regordete. Era su padre. Se subió las gafas y rascándose la perilla lo miró esperando una respuesta.


—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—No te hagas el tonto y responde ¿Cómo ha salido el trabajo?

Su madre asomó la cabeza y un mechón de pelo rubio brilló con la luz que se colaba a través de las cortinas del salón. Nunca entendió como una mujer tan guapa como ella había acabado con un hombre como aquel, que por mucho que fuera su padre no lo salvaba de ser considerado un adefesio ni el parentesco, ni el mutuo aprecio paterno-filial. Los dos lo miraban expectantes, sabía que en breve la expectación pasaría a ser frustración.

—Pues a don Gerardo no le parece que mi nivel creativo e imaginativo sea acorde con la asignatura de historia. Es más lo ve como algo negativo. Vaya, que me ha suspendido.

—Eres un bromista nato. Di la verdad, hombre.

Al agachar la cabeza entendieron que no era un brote humorístico repentino. Había suspendido. El encargado de seguir sus pasos como docente en la universidad del pueblo seguía desperdiciando su gran potencial, a pesar de sus esfuerzos.

—Te dije que debíamos ayudarlo, que él solo iba a meter la pata —le recriminó a la madre.

—Tiene 18 años, no es ningún crío al que debamos enseñar a hacer la tarea. Debe aprender a asumir la responsabilidad de sus actos y si eso significa suspender historia pues que así sea.

—¿Qué has hecho mal hijo? —inquirió el padre.

—Pues he hecho que el último pueblo cartaginense que quedaba en la península fuera Astigi y que Escipión la conquistaba.

—Hijo mío, Astigi no se conquistó, se fundó en el año 14 a.C. Y para colmo pones a Escipión el africano a conquistarla cuando llevaba 169 años muerto ¡Qué barbaridad!

—¡Pidió imaginación y creatividad y yo se la di!

—¡No chilles a tu madre! ¡Me oyes! Solo te está diciendo la verdad.

—Perdón. Pero entendedme he tratado de ser original.

—Pero hijo mío en la historia hay que ser fiel a ella porque ya sabes cuál es la máxima.

—Sí. —Levantó la mirada y vio la cara de su madre con un conato de sonrisa, se vio obligado a decirlo—. Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, Confucio.

—¡Ése es mi chico!

Los dos se acercaron para abrazarlo y en su cabeza una idea no paraba de rebotar. Sentía como pasaba de neurona a neurona mediante impulsos eléctricos. La notaba pasearse por toda su frente después se dirigía hacia la región parietal, bajaba por la sien hasta llegar a la nuca y después volvía a hacer el mismo camino. Dando rodeos en su cerebro pero sin salir, o mejor dicho sin atreverse a salir. Acabó el largo abrazo y algo en su bulbo raquídeo hizo presión hacia arriba y la idea se dispuso a salir por su boca. La aguantó lo justo en la punta de la lengua para adornarla y que sonase lo mejor posible. Al segundo abrió la boca y lo soltó.

—Papá, mamá, sé que habéis hecho mucho por mí, que habéis hecho infinidad de sacrificios y que siempre, repito, siempre queréis lo mejor para mí. Pero no os habéis parado a pensar que quizás, lo mejor para mí, no es lo que yo quiero. Y entre cumplir mi sueño o hacer lo que vosotros queréis lo siento, pero lo tengo muy claro. Quiero ser físico. No profesor de historia en vuestra universidad. Lo siento —dijo sin tomar aire con la cabeza gacha.

Al levantar la vista la hermosura que desprendía la cara de su amada madre, que para él rozaba la identificación más cercana a una deidad, pronto pasó a identificarla como un engendro demoníaco. Su padre por el contrario seguía igual de feo pero eso sí, enarcaba una ceja y sabía perfectamente lo que eso significaba. Volvió a enterrar la cabeza y a intentar aguantar el chaparrón. Su padre, antes de que la madre se liará a improperios que después confesaría al párroco de la capilla de la universidad, tomó las riendas de la situación. Cogió al hijo del cuello de la camisa y con un simple “Vete a tu habitación y no  bajes hasta que recapacites. Hoy no comes” dio por zanjada tan humillante y vergonzosa situación.

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