Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

martes, 26 de marzo de 2019

Universos para-lelos, capítulo 1



—Corría el año 206 a. C. y el general romano Escipión no dejaba de dar vueltas al trozo de tela pintado a mano que le servía de mapa. Tenían totalmente rodeado al pueblo que más tarde se llamaría Astigi y que era el último reducto de cartagineses que quedaba en toda Hispania. Era imposible acercarse a ellos debido a su peculiar orografía que les era favorable para detectar cualquier acercamiento enemigo. Había pensado en un ataque con catapultas y destrozar todo el poblado pero quería conquistarlo, no dejarlo reducido a cenizas. Pensativo se secó el sudor de la frente y entonces… ¡Eureka! Levantó la mirada hacia el Primus Pilus que esperaba sus órdenes, y con cara de satisfacción dijo “Estamos a mitad de junio y empieza a hacer calor. Haremos que se rindan.” “¿Cómo mi señor?” Le preguntó. “Fácil. Taponen el Singilis con piedras, arena, madera, lo que sea, me da igual pero quiero que no entre nada de agua en ese poblado. Los mataremos de sed.” Escipión sonreía malicioso. “Brillante señor. Ahora mismo mando una centuria para allá y que lo lleven a cabo.” Y así fue como el Imperio Romano conquistó el último escollo que le quedaba para tener el control total sobre Hispania.


—A ver Manolo, dije que escribierais una redacción libre sobre el imperio romano, podía ser algo imaginativa pero no inventada. Tienes un cero. Ve a tu asiento.

—Pero profesor he sido imaginativo.

—Has puesto una ciudad que fue fundada y no conquistada. Y para colmo se fundó en el año 14 a. C. y creo que el bueno de Escipión ya estaría criando malvas ¿no?

—Pero he sido imaginativo y creativo.

—Que te sientes. Por favor que suba el siguiente alumno.

—Soy un incomprendido en esta clase.

Manolo ocupó su asiento y aguantó el chaparrón de notables y sobresalientes que sus compañeros recibían tras las maravillosas redacciones, según su profesor claro, que leían uno tras otro. El colofón lo puso el pelota de Mateo que habló de la guerra civil española y trajo un mapa del bando republicano durante la batalla del Ebro. En él se veían todos los movimientos de tropas y los ataques o defensas en distintas zonas. El profesor le puso matrícula de honor y le dijo que no tenía que esforzarse mucho en el examen de final de curso porque con eso tenía un notable asegurado. La campana de final de clase salvó a nuestro protagonista de mayor humillación, ya que al ser la última clase del día, sus compañeros se levantaron y corrieron hacia la puerta como pollos sin cabeza. Manolo salió el último, incluso detrás del profesor. Al cruzar el umbral de la puerta de la clase se encontró con Rubén que con una sonrisa picarona lo esperaba de brazos cruzados.

—A ver si adivino pimpollo, la has vuelto a cagar.

—¿Pimpollo? —dijo extrañado.

—Sí, pimpollo ¿qué pasa?

—Déjame en paz Rubén, no tengo ganas de tonterías.

—Es que hay que ser un melón o un mendrugo para coger la rama de humanidades y ciencias sociales cuando tu pasión es claramente la ciencia.

—¿Y qué hago?

—Pues planta cara a tus padres. Míralos a los ojos y les dices: me gusta la ciencia, la química, las matemáticas, la física, demostrar teorías y no la historia ni la geografía como a vosotros, por muy buenos profesores de universidad que seáis. Dejadme vivir mi vida, no la vuestra.

—Qué bonito suena en tu boca pero créeme cuando te digo que de la mía no saldrá. Mis padres son muy pesados e insistentes y nunca cambiarán sus posturas por mucho que les llore. Cuando acabe la carrera si es que la acabó algún día, respiraré tranquilo y una vez cumplido el deseo de mis padres les diré mi verdadera pasión.

—Para eso primero tienes que acabar segundo de bachillerato y rezar para que la nota de selectividad sea lo suficientemente alta para poder entrar en la carrera. Si no siempre te quedará el sótano.

—Joder, gracias por el ánimo.

—Nada hombre ¿para qué están los amigos si no?

Durante la charla habían salido del instituto y se dirigían a sus casas. El camino de unos diez minutos fue ameno y estuvo lleno de anécdotas ocurridas en las clases de Rubén. En algunas algún compañero metía la pata y en otras eran los profesores los que confundían conceptos. Se detuvo en una que tenía de protagonista a Lucía. La contó con todo lujo de detalles. Y es que su amigo estaba enamorado de ella. Al llegar a una esquina se despidieron. Rubén vivía tres casas más abajo, le deseó suerte y él inhalando una larga y profunda bocanada de aire, agarró fuertemente el pomo decidido a aguantar la fuerte reprimenda de sus padres después de este suspenso. El último de una larga lista en la clase de historia.

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