—Corría
el año 206 a. C. y el general romano Escipión no dejaba de dar vueltas al trozo
de tela pintado a mano que le servía de mapa. Tenían totalmente rodeado al
pueblo que más tarde se llamaría Astigi y que era el último reducto de
cartagineses que quedaba en toda Hispania. Era imposible acercarse a ellos
debido a su peculiar orografía que les era favorable para detectar cualquier
acercamiento enemigo. Había pensado en un ataque con catapultas y destrozar
todo el poblado pero quería conquistarlo, no dejarlo reducido a cenizas.
Pensativo se secó el sudor de la frente y entonces… ¡Eureka! Levantó la mirada
hacia el Primus Pilus que esperaba sus órdenes, y con cara de satisfacción dijo
“Estamos a mitad de junio y empieza a hacer calor. Haremos que se rindan.” “¿Cómo
mi señor?” Le preguntó. “Fácil. Taponen el Singilis con piedras, arena, madera,
lo que sea, me da igual pero quiero que no entre nada de agua en ese poblado.
Los mataremos de sed.” Escipión sonreía malicioso. “Brillante señor. Ahora
mismo mando una centuria para allá y que lo lleven a cabo.” Y así fue como el
Imperio Romano conquistó el último escollo que le quedaba para tener el control
total sobre Hispania.
—A ver
Manolo, dije que escribierais una redacción libre sobre el imperio romano,
podía ser algo imaginativa pero no inventada. Tienes un cero. Ve a tu asiento.
—Pero
profesor he sido imaginativo.
—Has
puesto una ciudad que fue fundada y no conquistada. Y para colmo se fundó en el
año 14 a. C. y creo que el bueno de Escipión ya estaría criando malvas ¿no?
—Pero
he sido imaginativo y creativo.
—Que
te sientes. Por favor que suba el siguiente alumno.
—Soy
un incomprendido en esta clase.
Manolo
ocupó su asiento y aguantó el chaparrón de notables y sobresalientes que sus
compañeros recibían tras las maravillosas redacciones, según su profesor claro,
que leían uno tras otro. El colofón lo puso el pelota de Mateo que habló de la
guerra civil española y trajo un mapa del bando republicano durante la batalla
del Ebro. En él se veían todos los movimientos de tropas y los ataques o
defensas en distintas zonas. El profesor le puso matrícula de honor y le dijo
que no tenía que esforzarse mucho en el examen de final de curso porque con eso
tenía un notable asegurado. La campana de final de clase salvó a nuestro
protagonista de mayor humillación, ya que al ser la última clase del día, sus compañeros
se levantaron y corrieron hacia la puerta como pollos sin cabeza. Manolo salió
el último, incluso detrás del profesor. Al cruzar el umbral de la puerta de la
clase se encontró con Rubén que con una sonrisa picarona lo esperaba de brazos
cruzados.
—A ver
si adivino pimpollo, la has vuelto a cagar.
—¿Pimpollo?
—dijo extrañado.
—Sí,
pimpollo ¿qué pasa?
—Déjame
en paz Rubén, no tengo ganas de tonterías.
—Es
que hay que ser un melón o un mendrugo para coger la rama de humanidades y
ciencias sociales cuando tu pasión es claramente la ciencia.
—¿Y
qué hago?
—Pues
planta cara a tus padres. Míralos a los ojos y les dices: me gusta la ciencia,
la química, las matemáticas, la física, demostrar teorías y no la historia ni
la geografía como a vosotros, por muy buenos profesores de universidad que
seáis. Dejadme vivir mi vida, no la vuestra.
—Qué
bonito suena en tu boca pero créeme cuando te digo que de la mía no saldrá. Mis
padres son muy pesados e insistentes y nunca cambiarán sus posturas por mucho
que les llore. Cuando acabe la carrera si es que la acabó algún día, respiraré
tranquilo y una vez cumplido el deseo de mis padres les diré mi verdadera
pasión.
—Para
eso primero tienes que acabar segundo de bachillerato y rezar para que la nota
de selectividad sea lo suficientemente alta para poder entrar en la carrera. Si
no siempre te quedará el sótano.
—Joder,
gracias por el ánimo.
—Nada
hombre ¿para qué están los amigos si no?
Durante
la charla habían salido del instituto y se dirigían a sus casas. El camino de
unos diez minutos fue ameno y estuvo lleno de anécdotas ocurridas en las clases
de Rubén. En algunas algún compañero metía la pata y en otras eran los
profesores los que confundían conceptos. Se detuvo en una que tenía de
protagonista a Lucía. La contó con todo lujo de detalles. Y es que su amigo
estaba enamorado de ella. Al llegar a una esquina se despidieron. Rubén vivía
tres casas más abajo, le deseó suerte y él inhalando una larga y profunda
bocanada de aire, agarró fuertemente el pomo decidido a aguantar la fuerte
reprimenda de sus padres después de este suspenso. El último de una larga lista
en la clase de historia.
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