Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

viernes, 15 de febrero de 2019

Punto final


Sentado a los pies de la cama observo el reguero de sangre que sale por el orificio de la pared. La sangre cae lentamente sobre la pistola tendida en el suelo. Se alejan las nubes. La luz entra nítidamente por la ventana descubriendo a un hombre, un desconocido, pidiendo clemencia con las manos atadas y recostado en dicha pared. Lo ignoro. Sigo sentado sin saber cuál será el siguiente paso.
El terror se apodera de las personas atenazándolas e impidiendo que piensen con tranquilidad y lógica, hay que aprovechar la situación. Las nubes vuelven. Me incorporo, le miro a los ojos, él no es culpable pero lo ha visto todo. Me repite una y otra vez: “No lo sabía, no lo sabía.” Demasiado tarde para tratar de comprender y razonar. La rabia bulle en mi interior dejando florecer mi instinto asesino. Elegiste un mal día para echar un polvo, el viento sopla muy fuerte y se lo lleva corriendo. Como tu vida. Vuelvo a sentarme en la cama observando el cuchillo caído a mis pies. Las nubes vuelven a alejarse. El sol calienta demasiado. Me levanto y camino hacia la puerta que comunica con la habitación de al lado. La abro tranquilamente. Tras ella una bandeja de metal caída en el suelo acompañada por dos vasos rotos y una botella de champán abierta. Menuda juerga les esperaba. La cama parcialmente descubierta. Una camisa colgada de una silla. Un armario. Tranquilamente lo abro y veo a una mujer perfectamente maniatada sobre la pared. El agujero que tiene a la altura del pecho demuestra que no erré el tiro. Un buen asesino nunca deja ningún cabo suelto. Y yo soy uno. Mis huellas están por todas partes. Nunca me cogerán vivo. Observo la lámpara del techo. Las sirenas empiezan a sonar a lo lejos. No dispongo de mucho tiempo. Coloco una silla justo debajo de la lámpara. Me subo en ella. Ato una cuerda fuertemente a la altura de mi cuello. Y me dispongo a saltar. Pero en el último segundo un destello me hace bajar. Viene del armario. Al acercarme observo la boca del cañón de un arma que asoma desde el otro cuarto. Y allí estoy, en el cuarto, con el arma en mis manos dispuesto a atar el último cabo suelto. Yo.

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