“El
momento nunca llega. Son las cuatro de la mañana y sigo asomado a la ventana de
un cuarto que no es mío. Espero impasible su llegada. Pero nunca llega. Miro de
reojo las calles vacías y oscuras. Han pasado cinco días y ni un solo
movimiento, la ciudad parece abandonada. Siento el paso del tiempo gracias al
reloj de la torre, donde cada hora sus campanas tañen y rompen el silencio
formado a mi alrededor.
Dicho ruido me recuerda el motivo por el que me encuentro aquí, en un hotel de una estrella hospedado en la peor habitación, pero con grandes vistas, al menos para mí. Hace cinco días en esta misma calle se cometió un crimen, uno de esos de los que uno se impresiona y siente rabia al oír hablar de ellos. Después de examinar minuciosamente en mi laboratorio personal los restos encontrados en la escena del crimen me aventuro a decir que se trata de un varón de raza blanca acompañado de un doberman. La verdad es que pasa poca gente por aquí y de momento ninguno que coincida con esa descripción. Sigue pasando el tiempo y me arrepiento cada vez más de no haber llamado a la policía. Seguro que unos profesionales como ellos lo solucionaban rápidamente, pero es algo personal. Dicen que todo criminal vuelve a la escena del crimen para ver los restos de su obra y la mediatización que recibe. Nuestro culpable de momento no aparece. De todos modos nunca olvidaré la afrenta sufrida por ese bicho el día del delito. Acababa de comprar el anillo de compromiso para entregárselo en una bonita cena a mi querida novia cuando de repente el reloj dio las tres, miré hacia arriba para contemplar la torre que partía en dos al sol creando un bello paisaje, entonces andando despistado pisé el excremento de tan odioso animal con tal infortunio que el precioso anillo cayó por una alcantarilla. Dos mil quinientos cuarenta y ocho euros tirados por un desagüe cual agua residual. Y todo porque una persona no quiso recoger el excremento de ese odioso perro. Sigo esperando y el momento nunca llega. Aprieto contra mi pecho la escopeta de plomillos y juro por Dios que cuando vea a ese animal le meto un plomillo por el culo. Al perro no le haré nada. Lo juro.”
Dicho ruido me recuerda el motivo por el que me encuentro aquí, en un hotel de una estrella hospedado en la peor habitación, pero con grandes vistas, al menos para mí. Hace cinco días en esta misma calle se cometió un crimen, uno de esos de los que uno se impresiona y siente rabia al oír hablar de ellos. Después de examinar minuciosamente en mi laboratorio personal los restos encontrados en la escena del crimen me aventuro a decir que se trata de un varón de raza blanca acompañado de un doberman. La verdad es que pasa poca gente por aquí y de momento ninguno que coincida con esa descripción. Sigue pasando el tiempo y me arrepiento cada vez más de no haber llamado a la policía. Seguro que unos profesionales como ellos lo solucionaban rápidamente, pero es algo personal. Dicen que todo criminal vuelve a la escena del crimen para ver los restos de su obra y la mediatización que recibe. Nuestro culpable de momento no aparece. De todos modos nunca olvidaré la afrenta sufrida por ese bicho el día del delito. Acababa de comprar el anillo de compromiso para entregárselo en una bonita cena a mi querida novia cuando de repente el reloj dio las tres, miré hacia arriba para contemplar la torre que partía en dos al sol creando un bello paisaje, entonces andando despistado pisé el excremento de tan odioso animal con tal infortunio que el precioso anillo cayó por una alcantarilla. Dos mil quinientos cuarenta y ocho euros tirados por un desagüe cual agua residual. Y todo porque una persona no quiso recoger el excremento de ese odioso perro. Sigo esperando y el momento nunca llega. Aprieto contra mi pecho la escopeta de plomillos y juro por Dios que cuando vea a ese animal le meto un plomillo por el culo. Al perro no le haré nada. Lo juro.”
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