Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

martes, 26 de febrero de 2019

Crystal ball


—Como ya le he dicho señor agente perdone por gritarle, pero como usted comprenderá no sé qué broma macabra es ésta. Le digo que ésos son mi mujer y mi hijo y ese hombre es un impostor.


La mañana en la oficina empezó con algo de ajetreo, más de lo normal para tratarse de un martes a mediados de mes. Había tenido lugar un accidente múltiple en la rotonda de circunvalación y casi todos los afectados eran nuestros asegurados. Doce coches siniestrados y nueve carpetas marrones encima de mi mesa. Uno a uno los fui llamando por teléfono. Mi jefe quiere un trato cercano y directo con los clientes y nos obligaba a ello. Cuando terminé con todos y rellené los informes pertinentes, hice una llamada a la policía por si había alguna denuncia interpuesta en nombre de algún conductor de nuestra compañía. Nada. Esto último lo podía hacer porque mi mejor amigo era uno de los agentes más conocidos del pueblo. Después de esto, una mañana tranquila. A las dos de la tarde besé la foto de mi mujer y mi hijo que tenía en el escritorio. Samanta, nuestra secretaria, se ríe cada vez que lo hago y le digo que es una costumbre que tengo agradeciendo todo lo que la vida me ha dado. Fui al coche, arranqué y de vuelta a casa. Allí hice los deberes con mi hijo, preparé la cena y nos acostamos temprano para estar descansados al día siguiente. Bendita rutina.

—Que yo soy su padre y su marido y ese hombre no pinta nada ahí. Cariño di algo que este hombre no me deja pasar. ¡No me mires así y di algo! Oiga señor agente ¿conoce a Carlos? Sí, es amigo de la familia. Mi amigo. Él dará veracidad a lo que digo. ¿Cómo que no me conoce? Esto tiene que ser una broma.

El despertador sonaba a las siete en punto como todos los días. Fuese miércoles o domingo me gustaba madrugar. Mi padre decía que era señal de buena salud levantarse antes de las ocho. Lo tomé por norma. Un afeitado, un cepillado de dientes y una visión a mi calva en el espejo. Me puse el traje de chaqueta azul. Me encantaba ese traje. Un beso a mi mujer en la frente deseándole buenos días y otro a mi hijo todavía dormido. Abrí la puerta del garaje y al trabajo. Allí empezaron mis problemas. La plaza de garaje que tenía desde hacía diez años la ocupaba un coche negro. Sería un becario en su primer día de trabajo que no sabía que era mi plaza. Menos mal que había diez aparcamientos para clientes. Aparqué en uno de ellos y me propuse entrar para aclarar el malentendido. Ramón el portero me paró en seco. Al principio pensé que se trataba de una broma pero viendo su semblante me di cuenta de que no bromeaba. Decía que no me conocía y que no trabajaba allí. Tras enseñarle por décima vez la tarjeta y decirle que seguramente alguien nuevo habría aparcado en mi lugar y se trataba de un error tuve algo de fortuna. El jefe había aparcado su flamante coche y se bajaba para entrar en las oficinas. Cuando lo asalté explicándole todo lo que había pasado, hizo una señal a Ramón que me echó a empujones.

—Hijo mío, Juanito dile a este hombre que soy tu padre. ¡No me diga que me aleje de mi hijo! Será usted un agente de policía pero le digo por enésima vez que ésa es mi casa y mi familia.

Dejé pasar algo de tiempo escondido en el coche para que Ramón se relajara y se olvidase de mí. Aproveché un momento que fue al servicio y otro compañero se puso en su lugar. Entré como un cliente cualquiera y me dirigí al que supuestamente era mi despacho para resolver el malentendido. Por el camino saludé a mis compañeros por su nombre y todos me miraron extrañados. Algo pasaba. Al llegar a mi oficina todo estaba exactamente como lo dejé el día anterior con una salvedad, mi sillón estaba ocupado por otra persona. Tras pedirle que se identificara vi que en las tarjetas de presentación que tenía encima de la mesa no ponía mi nombre, y en la foto que todos los días besaba no estaba yo. Estaba él con mi mujer y mi hijo. Era imposible. ¿Quién demonios era ese hombre que estaba usurpando mi lugar y quitándome todo lo que tenía? Al quedar estupefacto viendo la foto aprovechó para llamar a seguridad. He de reconocer que cuando me enfado me pongo algo furioso y grito bastante, pero ¿qué haría una persona que ve como le quitan su sitio? Ramón llegó a tiempo de evitar una tragedia. Otra vez fuera de mi trabajo. Tenía que ir a casa y preguntar a mi mujer si sabía lo que pasaba.

—Piense bien lo que me pide agente. Me está pidiendo que me vaya y deje a mi mujer y a mi hijo en mi casa con un desconocido que para colmo también ha ocupado mi puesto de trabajo. ¡Me ha quitado mi vida! Es verdad, todavía me queda el coche. Oye tú, el que tiene cara de tonto que está con mi familia, ¿quieres mi coche? Es lo que te queda por quitarme chaval. ¡No me toque agente! Vale, vale, me relajo y me doy una vuelta.

Cuando llegué a casa el garaje no abría. Dejé el coche enfrente. Con las llaves traté de abrir la puerta y no pude. Habían cambiado la cerradura. Pulsé el timbre varias veces y nadie abría. Una voz que salía del interior me invitaba a marcharme bajo la amenaza de llamar a la policía. Era la voz de mi mujer. Le suplique que abriera y se dejara de tonterías. Al momento un coche de policía llegó. Traté de convencer al agente de que esa era mi casa y mi familia. El autobús del colegio paró en la puerta y mi hijo bajó de él. Traté de acercarme pero el policía lo impidió, la cara de pánico de mi hijo hizo que rehusara de cualquier otro intento. Cuando estaba resignado apareció él. Abrazando a mi familia y diciendo que también había ido a su trabajo para molestarle. Frustrado me enervé un poco y perdí los papeles. El policía trató de calmarme en vano pero al ver la cara de repulsión de mi mujer y las lágrimas en la cara de mi hijo no pude más que irme y dejar pasar algo de tiempo para poner en orden mis ideas. Fui a un restaurante de comida rápida y pedí una hamburguesa. Ya no me sorprendía que las tarjetas de crédito no funcionaban, suerte que llevaba algo en metálico. Nervioso y un poco excitado fui al servicio después de comer. El espejo reflejaba mi rostro. ¿Quién era? Después de muchos años luchando por algo me di cuenta que no tenía nada, solo mi existencia. Rompí a llorar fruto de los nervios y la locura de la situación. Cuando levanté la vista hacia el reflejo no me reconocí. ¿Dónde estaba el hombre que había conseguido llegar tan lejos? Cuando fui a por el coche ya no estaba donde lo había aparcado. No me quedaba nada. Todo por lo que había luchado se esfumaba ante mis ojos. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Luchar por una familia que no me reconocía? Estaba perdido. Recordé la imagen que vi en el espejo. ¿En serio ése era yo?

—¿Qué harías si perdieses todo en tu vida? —pregunté al mendigo que estaba al lado de mí compartiendo su cartón y lo poco que tenía.

—Si te lo contara nunca lo creerías. Antes tenía una vida y una familia. Ahora vivo resignado y en soledad con lo poco que me queda. Me lo robaron todo.

—Me hago una idea de por lo que has pasado.

2 comentarios:

  1. Qué mamona. Recuérdame que te pase el relato del Señor Fernández y el esquema básico de lo que iba a escribir en breves, te vas a sorprender muy mucho...

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  2. Jajajaja. Nuestras mentes funcionan como una sola...

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