—Ya
está la abuela aquí y como siempre. ¡Mamá voy para arriba!
Subió
las escaleras lo más rápido que pudo maldiciendo para sus adentros la abuela
tan poco navideña que tenía.
—Mamá,
que la abuela ha llegado —dijo abriendo la puerta del cuarto.
—¿Y
qué problema tienes? —preguntó encerrada en el cuarto de baño.
—Pues
que como todos los años ha venido en su Harley Davidson —dijo acercándose a la
ventana, y observando lo que abajo ocurría continuó—: Y como todos los años ha
vuelto a derretir los muñecos de nieve que habíamos hecho con los putos gases
de su moto.
—¡Ese
lenguaje! ¡Que es tu abuela! —Le corrigió su madre.
—Y
para colmo, para variar un poco ha empezado a gruñirle al perro del vecino y
éste ha empezado a ladrarle.
—¿Ha
salido ya papá para tratar de meterla en casa?
—Todavía
no. Imagino que estará avergonzado detrás de la puerta esperando a que los
vecinos, asomados en las ventanas, vuelvan a su magnífica cena de Navidad y
sepan que el alboroto es la vieja loca de los Ramírez ¡Mira! Ahí sale papá empujando
a la abuela mientras sigue enseñándole los dientes al perro.
—¿Lleva
el whisky?
—Sí,
desde aquí llego a ver un crucifijo. —Su madre desde el cuarto de baño resopló—.
El agua bendita y creo que la navaja suiza, no lo veo muy bien.
En la
planta baja de la casa se empezaron a escuchar gritos y mucho movimiento. La
abuela continuaba con su espectáculo.
—Por
los gritos imagino que le habrá clavado al pollo el crucifijo boca abajo y lo
estará rociando con agua bendita mientras con la navaja suiza dibuja un
hexagrama en el parqué.
—Menos
mal que ya hemos pedido uno nuevo y llega mañana. Todavía me acuerdo la semana
que pasamos viendo el hexagrama todas las mañanas.
—Sí.
Por cierto ¿te queda mucho en el baño?
—No,
ya he terminado.
La
puerta se abrió y la madre salió embutida en un traje de cuero con un escote de
vértigo. El hijo cayó de rodillas a sus pies llorando.
—Pero…
¿Qué haces?
—Hijo
si no puedes con tu enemigo únete a él.
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