
Soltó el lápiz sobre la mesa. Seguía
mirando el papel fijamente como si no estuviera seguro de aquello, hizo un
gesto intentando arrugar la hoja, era ya demasiado tarde para arrepentirse. La
guardó en un cajón, echó la llave, se la tragó y se fue al salón. Su final
estaba cerca y no podía hacer nada para evitarlo.
—Cariño, a comer. —una voz femenina
procedente de la cocina lo demandaba mientras él se arrastraba al comedor
apesadumbrado—. Date prisa que se te va a enfriar, es tu plato favorito:
chuletas al roquefort.
—¡Ufff! Me encuentro fatal con el
estómago, no tengo ganas de comer, mejor me voy al dormitorio y descanso,
seguro que mañana estoy mejor y puedo degustar esas chuletitas.
—No te preocupes, te haré un caldito para
que no te acuestes con el estómago vacío, vete a descansar que ya te lo llevo
yo a la cama.
Nada había servido para evitar que su
mujer consiguiera su propósito, la muerte lo esperaba con los brazos abiertos y
una sonrisa cómplice.
—¡Abran paso por favor! —La policía pedía
a la multitud de curiosos que dejaran pasar al inspector Salazar—. ¡Por favor!
¡Todo el mundo detrás de la cinta!
—Buenos días.
—Buenos días, señor —El agente Olivares le
tendía la mano que Salazar gustoso estrechó.
—Hace mucho tiempo que no nos veíamos, ha
debido de pasar algo muy gordo, o pasarle algo a alguien muy gordo —dijo
sonriendo Salazar al que no le había dado tiempo de llegar a la comisaría
cuando lo llamaron avisándole del suceso.
—Bueno, juzga tú mismo de qué se trata.
Ambos entraron en la casa, Salazar se
volvió hacia Olivares y sonrió.
La casa era inmensa, de dos plantas y
decorada ostentosamente, dos escaleras que se unían coronaban la entrada
decorada con jarrones y esculturas de todo tipo.
—Se trata de la mano derecha del alcalde,
por eso estás aquí, acompáñame.
Ambos subieron los escalones de mármol
dirigiéndose a la primera planta.
—¿Dónde ha ocurrido el suceso? —preguntó
Salazar.
—En su dormitorio.
—¿Algún indicio del arma homicida?
—No, por eso te hemos llamado, queríamos
que echaras un vistazo antes de mover el cuerpo. —Olivares suspiró—. Hay algo
que no me gusta en este caso.
—¿El qué?
—Ahora lo verás —dijo conduciéndolo a una
habitación.
—¿Y los demás? Estamos solos, no hay
ningún agente recogiendo pruebas ni nada por el estilo, ¿pasa algo?
—El alcalde ha pedido que estemos solos,
sabes que con la multitud no se trabaja bien y siendo quien es hay que resolver
el caso cuanto antes, por eso te he llamado.
A Salazar le molestaba que continuamente
le comentara que lo había llamado, era una manera de meterle presión y de
hacerle ver que era su elegido, podía haber llamado a varios inspectores pero
sabía que ninguno era de su agrado, además él siempre había sido el mejor,
¿para qué llamar a otro?
El cuerpo descansaba boca arriba sobre la
cama sin señal alguna de lucha o forcejeo, de su boca salía un hilillo de baba,
la sábana estaba manchada de algún tipo de líquido y lo único que rompía la
monotonía de la habitación era una taza de caldo encima de la mesilla de noche.
—Esa taza da mala espina —dijo señalándola
y mirando a su compañero.
—Te voy a ser sincero, la mujer ha sido
detenida culpada de homicidio, creemos que ha envenenado al marido.
—¿Entonces para qué me llamas?
—Para esto —dijo acercándose a la cara del
fallecido— echa un vistazo a la garganta.
Salazar se acercó al cuerpo y echó una
ojeada al interior de la boca del fallecido, en efecto había algo enganchado en
la campanilla.
—¿Qué carajo es eso? ¿Por qué no se lo
habéis quitado?
—Porque quería que lo vieras, creo que es
una llave, por eso no hay nadie, piensan que se trata de una prueba crucial
para resolver el caso y no querían que alguien intercediera en ella.
Olivares procedió a retirarla y la dejó
con sumo cuidado en una bandejita de plata que sujetaba Salazar; la llave era
pequeña y poco dentada, no parecía que fuera la típica llave de una caja fuerte
o algo parecido.
—¿Qué me dices? ¿Alguna hipótesis?
—Creo que la llave no estuvo mucho tiempo
dentro del cuerpo del fallecido, posiblemente fuera ingerida justo antes que el
caldo, por cierto lo habéis analizado ¿no?
—Sí, tenía veneno —sentenció Olivares.
—Entonces el veneno le hizo vomitar, de
ahí la mancha en la sábana, y arrastró consigo la llave dejándola en la
garganta, pero ¿para qué se la tragaría?
—Por eso estás aquí. —Salazar miró con
cara de pocos amigos a Olivares, se giró y observó la habitación detenidamente,
trataba de buscar alguna cerradura pero sólo encontró armarios y puertas sin
ningún tipo de seguridad, una de ellas de la que no se había percatado le llamó
la atención.
—Olivares, ve abriendo los armarios
buscando cualquier cosa que tenga una cerradura, sea lo que sea es importante,
aunque sea insignificante, yo echaré un vistazo a este cuartito que hay aquí —dijo
enseñándole la llave.
—Perfecto, que haya suerte.
La habitación era una especie de sala de
estudio muy pequeña, pensó que tal vez fuera un cuarto de baño reformado para
darle otra utilidad. Se acercó al escritorio y los cajones tenían cerraduras,
pensó en llamar a Olivares pero se contuvo, antes quería asegurarse que era lo
que buscaban. Empezó a tirar de ellos, todos menos uno se abrieron, seguro que
allí había algo, metió la llave que encajó perfectamente y lo abrió, el
contenido no era lo que esperaba, sólo un papel, escrito supuestamente por el
fallecido, que procedió a leer.
“No sé cómo empezar pero me imagino que
tendré que contarlo todo.
Hace unos días fui al hospital a un
chequeo rutinario y me diagnosticaron cáncer, nadie lo sabe pero me quedan seis
meses de vida, aunque sospecho que el tiempo puede bajar estrepitosamente; hoy
iba a realizar una llamada sin saber que el teléfono estaba ocupado y escuché a
mi mujer hablar con otro hombre, estaban urdiendo un plan para matarme y
quedarse con mi dinero, la idea era envenenarme en la cena; inmediatamente me
puse en contacto con mi abogado y cambié el testamento dejándoselo todo a mis
hijos. Se preguntará por qué no la detuve o denuncié el caso, pues sinceramente
que más da vivir seis meses que seis días, cuando sabes que no puedes evitar la
muerte todo te da igual. Espero haberlo aclarado todo y que la persona que lea
esto le diga al señor Pablo Olivares Gómez que reconocí su voz y que no va a
ver ni un céntimo de mi fortuna.
Fdo. Señor López De Zúñiga.”
—Joder —exclamó—. ¡Olivares! tu nombre
completo es Pablo Olivares Gómez ¿no?
—Sí, pero ¿cómo coño lo sabes?
Salazar sacó su arma y apuntándole dijo:
—¡Arriba las manos! Quedas detenido por
ser cómplice del asesinato del Señor López de Zúñiga.
Olivares soltó una carcajada y se quedó
mirando a su compañero.
—¡Hijo de puta! Sabía que al final lo
averiguarías, debí llamar a otro. ¿Cómo lo has averiguado?
—Ha sido fácil, fue más listo que vosotros
y dejó una nota explicándolo todo, os escuchó hablando por teléfono, cambió el
testamento dejándoselo todo a sus hijos y te nombró. No ha sido muy difícil.
Una última pregunta ¿cómo pensabas quedarte con el dinero?
—Fácil, la única persona que tenía acceso
a la cuenta aparte de su mujer era yo, ella me había dado permiso para poder
hacer uso de su dinero.
—Pero tarde o temprano te pillarían, por
una cosa o por otra.
—Sí, pero para entonces ya estaría en un
avión camino a una isla paradisíaca cargado de dinero hasta las cejas.
—Anda, date la vuelta, te voy a poner las
esposas.
—No, de aquí sólo va a salir uno, o tú, o yo
—dijo acercando la mano a la pistola.
—No lo hagas, sabes que se puede arreglar,
ya nos inventaremos algo.
—Lo siento —añadió sacándola de su funda—.
Pero no hay otra salida.
Olivares levantó la pistola para apuntar a
Salazar, pero no le dio tiempo a reaccionar, Salazar disparó primero.
Un grupo de policías asustado por el ruido
del disparo apareció por la puerta apuntando a Salazar.
—¿Qué ha pasado señor?
—Ahí tienen al culpable —dijo dándole la
hoja al primero del grupo—. Caso cerrado, me voy a mi casa a tomarme una copa,
si me necesitan para algo llámenme.
Salió de la habitación mientras los
policías lo miraban sin saber qué hacer, ninguno se atrevía a mover un músculo
sin antes leer la nota.
—No puede ser —repetía una y otra vez
montado en su coche—. Olivares haciendo algo así, hay dos tipos de policías,
los corruptos y Olivares, era un ejemplo a seguir, ¿por qué lo habrá hecho?
Salazar salió disparado a casa de Olivares
necesitaba más información, a lo mejor su mujer también estaba implicada. ¿Y si
lo hubiera hecho con ella? Tenía que darse prisa.
Salazar llamó a la puerta, estaba
nervioso, no sabía cómo expresarle a la mujer toda la aglomeración de ideas que
tenía en su mente.
—¿Quién es?
—Señora soy un compañero de trabajo de su
marido —dijo enseñándole la placa por la mirilla—. ¿Me podría abrir? Tengo que
hacerle algunas preguntas.
—Ya ha cometido una locura ¿no? Está
muerto ¿verdad? —dijo entre lágrimas abriendo la puerta.
—¿Cómo lo sabe? —Se quedó boquiabierto, no
esperaba esa respuesta.
—Pase, pase.
La mujer escuchó atentamente la historia
que Salazar le contaba y comenzó a narrar la suya.
—Verá, todo empezó cuando le
diagnosticaron una esclerosis muy avanzada, prácticamente la esperanza de vida
era de un año o menos, desde entonces actuaba muy raro y me enteré de que había
indagado si tras su muerte me quedaba alguna paga, sólo cobraba si moría de un
accidente laboral, no por enfermedad, así que imaginé que haría alguna tontería
para no dejarme desprotegida—. La mujer que hasta ese momento había aguantado
de forma casi milagrosa las lágrimas no pudo más y rompió a llorar.
—Tranquila señora, usted no diga nada de
que sabía lo de su marido, diremos que lo ocultó ¿vale? Lo siento mucho, su
marido era una de las personas que más apreciaba en mi profesión—. Salazar se
levantó dirigiéndose a la puerta perdido en sus pensamientos, después de trece
años siendo inspector nunca había visto a dos personas dejarse matar de esta
manera por distintos objetivos; de repente un pensamiento cruzó su cabeza:
“¿Qué hubiese hecho yo en lugar de ellos?” Sacudió la cabeza para quitarse de
encima la pregunta y se dirigió al coche, ya sólo quedaba una cosa, llegar a
casa y tomarse una buena copa, el resto era historia.
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