Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

martes, 5 de febrero de 2019

El acto poético


La oscuridad lo rodeaba infundiéndole una sensación de vacío y al mismo tiempo haciéndole creer que algo se escondía tras ella. Su situación no era la deseada por ningún humano: se acababa de perder en medio de la solitaria llanura y el próximo pueblo se encontraba a kilómetros de distancia. Alejado de cualquier vestigio de sociedad ni tan siquiera la luna hacía acto de presencia.

Fue entonces cuando caminando por la llanura lo notó, algo raro pasaba a su alrededor. Sintió una presencia, el vello se le erizó y con la lengua adormecida trataba de preguntar quién era, no lo logró.


Se paró en seco tratando de buscar un punto de referencia en el oscuro paisaje, algo que le sirviera de guía, nada. Estaba en la más absoluta penumbra.

Sentía que la oscuridad lo consumía, que lo iba devorando poco a poco, y la presencia ya no era una presencia, lo era todo, mirara donde mirase allí la sentía.

Cuando ya no podía más escucho una voz que murmuraba, una y otra vez en interminable letanía:

—Así es el acto poético.

“Aquiles tranquilo es sólo la oscuridad que te turba y pierdes el norte, sigue caminando que ya pasará” pensó.

Pero las piernas no le respondían, los músculos parecían atrofiados, ni siquiera podía mover los brazos, y rendido a la evidencia se arrodilló. Sólo lo podía salvar un milagro y en esta vida los milagros no existen. El murmullo fue subiendo hasta llegar a la cota de grito, los oídos le iban a estallar, mientras una y otra vez se repetía lo mismo:

—¡Así es el acto poético!

Todo parecía perdido, fuera lo que fuese había ganado y su vida estaba en sus manos. Pero muchas veces en la vida existen las casualidades, o causalidades, y de repente un haz de luz en constante movimiento iluminó la llanura, la voz cesó y los músculos recuperaron su fuerza.

—¡Un coche! ¡Una carretera! —gritó con voz casi ininteligible—. Es mi oportunidad.

Se levantó veloz y fue corriendo en la dirección de la que provenía la luz. Aunque no recordase haber pasado por ninguna carretera poco le importaba ya que aquello suponía huir de una pesadilla.

Llegó a la altura del arcén y de un salto se plantó en medio de la vía. El conductor, que al parecer lo divisó desde una distancia prudencial, fue aminorando la marcha.

El seguro de la puerta trasera se abrió, de un salto se introdujo en el interior del coche cerrando de golpe la puerta. Reposó el cansado cuerpo sobre el asiento y cerrando los ojos por un momento estuvo tentado de echarse un sueñecito, pero le intrigaba la identidad de su salvador y los volvió a abrir.

Para sorpresa suya el coche seguía parado y ahora las luces estaban apagadas. Dio un salto en el asiento y se incorporó para inspeccionar el asiento delantero, vacío. El corazón le latía desmesurado, juraría que había alguien conduciendo el coche y para más señas ni siquiera una simple llave puesta en el contacto, nada.

Se quedó petrificado, la oscuridad seguía presente como un manto sombrío que no dejaba ver a través de él, entonces el vello se le volvió a erizar, una presencia le perturbaba y a su oído una plegaría retornó:

−Así es el acto poético.

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