La
oscuridad lo rodeaba infundiéndole una sensación de vacío y al mismo tiempo
haciéndole creer que algo se escondía tras ella. Su situación no era la deseada
por ningún humano: se acababa de perder en medio de la solitaria llanura y el
próximo pueblo se encontraba a kilómetros de distancia. Alejado de cualquier
vestigio de sociedad ni tan siquiera la luna hacía acto de presencia.
Fue
entonces cuando caminando por la llanura lo notó, algo raro pasaba a su
alrededor. Sintió una presencia, el vello se le erizó y con la lengua adormecida
trataba de preguntar quién era, no lo logró.
Se
paró en seco tratando de buscar un punto de referencia en el oscuro paisaje,
algo que le sirviera de guía, nada. Estaba en la más absoluta penumbra.
Sentía
que la oscuridad lo consumía, que lo iba devorando poco a poco, y la presencia
ya no era una presencia, lo era todo, mirara donde mirase allí la sentía.
Cuando
ya no podía más escucho una voz que murmuraba, una y otra vez en interminable
letanía:
—Así
es el acto poético.
“Aquiles
tranquilo es sólo la oscuridad que te turba y pierdes el norte, sigue caminando
que ya pasará” pensó.
Pero
las piernas no le respondían, los músculos parecían atrofiados, ni siquiera
podía mover los brazos, y rendido a la evidencia se arrodilló. Sólo lo podía
salvar un milagro y en esta vida los milagros no existen. El murmullo fue
subiendo hasta llegar a la cota de grito, los oídos le iban a estallar,
mientras una y otra vez se repetía lo mismo:
—¡Así
es el acto poético!
Todo
parecía perdido, fuera lo que fuese había ganado y su vida estaba en sus manos.
Pero muchas veces en la vida existen las casualidades, o causalidades, y de
repente un haz de luz en constante movimiento iluminó la llanura, la voz cesó y
los músculos recuperaron su fuerza.
—¡Un
coche! ¡Una carretera! —gritó con voz casi ininteligible—. Es mi oportunidad.
Se
levantó veloz y fue corriendo en la dirección de la que provenía la luz. Aunque
no recordase haber pasado por ninguna carretera poco le importaba ya que
aquello suponía huir de una pesadilla.
Llegó
a la altura del arcén y de un salto se plantó en medio de la vía. El conductor,
que al parecer lo divisó desde una distancia prudencial, fue aminorando la
marcha.
El
seguro de la puerta trasera se abrió, de un salto se introdujo en el interior
del coche cerrando de golpe la puerta. Reposó el cansado cuerpo sobre el
asiento y cerrando los ojos por un momento estuvo tentado de echarse un
sueñecito, pero le intrigaba la identidad de su salvador y los volvió a abrir.
Para
sorpresa suya el coche seguía parado y ahora las luces estaban apagadas. Dio un
salto en el asiento y se incorporó para inspeccionar el asiento delantero,
vacío. El corazón le latía desmesurado, juraría que había alguien conduciendo
el coche y para más señas ni siquiera una simple llave puesta en el contacto,
nada.
Se
quedó petrificado, la oscuridad seguía presente como un manto sombrío que no
dejaba ver a través de él, entonces el vello se le volvió a erizar, una
presencia le perturbaba y a su oído una plegaría retornó:
−Así
es el acto poético.
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