Al
quitar la sábana bajera se enganchó en un elemento metálico y por más que
tirara no conseguía desengancharla. Tras varios improperios, en voz baja por
supuesto para no alertar a sus padres, dio un tirón fortísimo y consiguió su
objetivo: la sábana se soltó. La mala suerte en ocasiones se ceba con los
genios, y él lo era, o al menos lo pretendía. Cayó de espaldas al suelo y la
sábana lo tapó. Su miedo a los sitios oscuros y algo de claustrofobia lo
hicieron todo. Trató de recuperar la verticalidad lo más rápido posible pero
enganchó uno de los pies en el doblez de la sábana bajera. El resbalón lo hizo
chocar con la mesa y lo que había arriba cayó sobre él. El grito alertó a su
madre que dando golpes en la puerta trataba de abrirla a empujones.
Consiguió zafarse del maldito trozo de tela, tapó el desastre, y como pudo lo puso en lo
alto de la mesa para que su madre no adivinara lo que era desde lo
alto de la escalera.