Al
quitar la sábana bajera se enganchó en un elemento metálico y por más que
tirara no conseguía desengancharla. Tras varios improperios, en voz baja por
supuesto para no alertar a sus padres, dio un tirón fortísimo y consiguió su
objetivo: la sábana se soltó. La mala suerte en ocasiones se ceba con los
genios, y él lo era, o al menos lo pretendía. Cayó de espaldas al suelo y la
sábana lo tapó. Su miedo a los sitios oscuros y algo de claustrofobia lo
hicieron todo. Trató de recuperar la verticalidad lo más rápido posible pero
enganchó uno de los pies en el doblez de la sábana bajera. El resbalón lo hizo
chocar con la mesa y lo que había arriba cayó sobre él. El grito alertó a su
madre que dando golpes en la puerta trataba de abrirla a empujones.
Consiguió zafarse del maldito trozo de tela, tapó el desastre, y como pudo lo puso en lo
alto de la mesa para que su madre no adivinara lo que era desde lo
alto de la escalera.
—¿Manolo
estás bien cariño?
—Sí.
Sólo han sido los ventiladores que guardé la semana pasada. Los tuve que
remontar porque no tengo espacio y se han caído.
—¿Pero
estás bien?
El
timbre de la puerta resonó en el pasillo, Rubén esperaba fuera a que alguien le
abriera. El calor se había rebajado y el clima otoñal se iba imponiendo. Abrió
la chaqueta sobre el brazo y se la puso.
—Sí
mamá, llaman a la puerta ¿Por qué no abres?
La
puerta crujió y la madre de Manolo asomó su cabeza. Con una sonrisa lo hizo entrar
y le indicó el trastero.
—Cada
día está usted más guapa señora.
—Que
tonto eres Rubén —dijo ruborizada—. Hazme un favor pregúntale a mi hijo si está
bien.
—¿Por
qué?
—Cosas
de madre.
Manolo
con la llave en la mano lo esperaba al comienzo de la escalera al sótano. Su
madre adelantó a Rubén y se lanzó a darle besos, recorrió todo el cuerpo
de su hijo dos veces mientras preguntaba si tenía algo roto. Se zafó como pudo
de ella mientras le decía que todo iba bien, que no pasaba nada. Cerró la
puerta y echó la llave.
—Te
juro que la prefiero en modo siesa.
Rubén
soltó una carcajada. Para él la madre de su amigo era lo que vulgarmente
conocen los adolescentes como una M.I.L.F. y una de las buenas. Le daba igual
que estuviera en modo siesa, en modo agradable o en cualquier modo posible, era
su musa. Solo pensar en esos pechos turgentes, ese culo de negra y esa cara
angelical, le provocaba sudores fríos y una pequeña tensión en la entrepierna.
Y ya si le sonreía era como si se abriese la puerta del cielo y un coro de ángeles
bajara entonando el aleluya de Haendel. Definitivamente estaba enamorado de la
madre de su amigo. Dos palmadas lo devolvieron de su ensoñación de vuelta al
mundo real donde Manolo lo observaba con cara de enfado.
—¿Con
qué estabas fantaseando?
—Con nadie.
—He
dicho con que, no con quien. Pensé que la última vez que viniste había quedado
claro el tema de mi madre.
—¿Tu
madre? ¿Qué le pasa a tu madre?
—Eres
lo peor de lo peor como amigo.
—Tu
madre no opina lo mismo.
La
mirada de Manolo podría haberlo fulminado al instante de haber sido Cíclope de
los X-Men pero de momento no le salían rayos. Rubén había metido la pata y no
sabía cómo salir del escollo. Estaba en medio del sótano aguantándole la mirada
y vio la sábana en el suelo tapando un bulto. No lo dudó y preguntó.
—¿Qué
coño es eso?
—¿El
qué? —Giró la cabeza y lo vio—. Te vas a salvar porque voy apuradísimo. Ven y
ayúdame.
Con
mucho cuidado retiró la sábana para que no se volviera a enganchar. Debajo, un
amasijo de hierros apareció. La cara de Rubén lo decía todo. Parecía chatarra.
—¿Y
esta porquería es lo que corre tanta prisa?
—No
preguntes que tenemos trabajo. Al lío.
Trabajaron
durante tres horas para reconstruir aquello y lo consiguieron. Manolo era el
que llevaba la voz cantante y Rubén se limitaba a seguir sus órdenes. El
generador que tenía también escondido en un rincón hizo que todo el
conglomerado metálico cobrara vida y empezaran a parpadear todas las lucecitas
que tenía. A Rubén le recordaba a un árbol de Navidad.
—Reza
para que funcione.
—Vale.
Pero todavía no me has dicho que es.
—Una
máquina del tiempo. —Manolo decía esto a la vez que giraba una rueda para poner
el aparato a máxima potencia. Un ruido, un chispazo y todo a oscuras. Se había
ido la luz.
—Joder
—dijo Rubén—. Vaya futuro más negro nos espera ¿no?
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