Hay demonios interiores que te obligan a hacer determinadas cosas y demonios exteriores, también llamados amigos, que no te obligan a nada pero te incitan a hacer locuras. Aquí está la mía

viernes, 5 de abril de 2019

Universos para-lelos, capítulo 4


Al quitar la sábana bajera se enganchó en un elemento metálico y por más que tirara no conseguía desengancharla. Tras varios improperios, en voz baja por supuesto para no alertar a sus padres, dio un tirón fortísimo y consiguió su objetivo: la sábana se soltó. La mala suerte en ocasiones se ceba con los genios, y él lo era, o al menos lo pretendía. Cayó de espaldas al suelo y la sábana lo tapó. Su miedo a los sitios oscuros y algo de claustrofobia lo hicieron todo. Trató de recuperar la verticalidad lo más rápido posible pero enganchó uno de los pies en el doblez de la sábana bajera. El resbalón lo hizo chocar con la mesa y lo que había arriba cayó sobre él. El grito alertó a su madre que dando golpes en la puerta trataba de abrirla a empujones. Consiguió zafarse del maldito trozo de tela, tapó el desastre, y como pudo lo puso en lo alto de la mesa para que su madre no adivinara lo que era desde lo alto de la escalera.


—¿Manolo estás bien cariño?

—Sí. Sólo han sido los ventiladores que guardé la semana pasada. Los tuve que remontar porque no tengo espacio y se han caído.

—¿Pero estás bien?

El timbre de la puerta resonó en el pasillo, Rubén esperaba fuera a que alguien le abriera. El calor se había rebajado y el clima otoñal se iba imponiendo. Abrió la chaqueta sobre el brazo y se la puso.

—Sí mamá, llaman a la puerta ¿Por qué no abres?

La puerta crujió y la madre de Manolo asomó su cabeza. Con una sonrisa lo hizo entrar y le indicó el trastero.

—Cada día está usted más guapa señora.

—Que tonto eres Rubén —dijo ruborizada—. Hazme un favor pregúntale a mi hijo si está bien.

—¿Por qué?

—Cosas de madre.

Manolo con la llave en la mano lo esperaba al comienzo de la escalera al sótano. Su madre adelantó a Rubén y se lanzó a darle besos, recorrió todo el cuerpo de su hijo dos veces mientras preguntaba si tenía algo roto. Se zafó como pudo de ella mientras le decía que todo iba bien, que no pasaba nada. Cerró la puerta y echó la llave.

—Te juro que la prefiero en modo siesa.

Rubén soltó una carcajada. Para él la madre de su amigo era lo que vulgarmente conocen los adolescentes como una M.I.L.F. y una de las buenas. Le daba igual que estuviera en modo siesa, en modo agradable o en cualquier modo posible, era su musa. Solo pensar en esos pechos turgentes, ese culo de negra y esa cara angelical, le provocaba sudores fríos y una pequeña tensión en la entrepierna. Y ya si le sonreía era como si se abriese la puerta del cielo y un coro de ángeles bajara entonando el aleluya de Haendel. Definitivamente estaba enamorado de la madre de su amigo. Dos palmadas lo devolvieron de su ensoñación de vuelta al mundo real donde Manolo lo observaba con cara de enfado.

—¿Con qué estabas fantaseando?

—Con nadie.

—He dicho con que, no con quien. Pensé que la última vez que viniste había quedado claro el tema de mi madre.

—¿Tu madre? ¿Qué le pasa a tu madre?

—Eres lo peor de lo peor como amigo.

—Tu madre no opina lo mismo.

La mirada de Manolo podría haberlo fulminado al instante de haber sido Cíclope de los X-Men pero de momento no le salían rayos. Rubén había metido la pata y no sabía cómo salir del escollo. Estaba en medio del sótano aguantándole la mirada y vio la sábana en el suelo tapando un bulto. No lo dudó y preguntó.

—¿Qué coño es eso?

—¿El qué? —Giró la cabeza y lo vio—. Te vas a salvar porque voy apuradísimo. Ven y ayúdame.

Con mucho cuidado retiró la sábana para que no se volviera a enganchar. Debajo, un amasijo de hierros apareció. La cara de Rubén lo decía todo. Parecía chatarra.


—¿Y esta porquería es lo que corre tanta prisa?

—No preguntes que tenemos trabajo. Al lío.

Trabajaron durante tres horas para reconstruir aquello y lo consiguieron. Manolo era el que llevaba la voz cantante y Rubén se limitaba a seguir sus órdenes. El generador que tenía también escondido en un rincón hizo que todo el conglomerado metálico cobrara vida y empezaran a parpadear todas las lucecitas que tenía. A Rubén le recordaba a un árbol de Navidad.

—Reza para que funcione.

—Vale. Pero todavía no me has dicho que es.

—Una máquina del tiempo. —Manolo decía esto a la vez que giraba una rueda para poner el aparato a máxima potencia. Un ruido, un chispazo y todo a oscuras. Se había ido la luz.

—Joder —dijo Rubén—. Vaya futuro más negro nos espera ¿no?

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